domingo, 17 de julio de 2016

Noche de Plata, y Fallos.

Domingo. Técnicamente ya era lunes.

Me despertó el sonido de una trompeta.

Diría que estaba sobresaltado, pero sería una mentira. Rara es la ocasión en la que no me desvelan pesadillas. Asique despertarme repentinamente es algo ya frecuente. Lo que sí me asustó no obstante, fue la enorme cantidad de personas alrededor de mi cama.

Intenté prender la luz, pero los interruptores no funcionaban. Podía escuchar ese murmullo de mil conversaciones sucediendo en simultáneo y una música de fondo que parecía ser algún tipo de jazz instrumental.

Las ventanas estaban abiertas, dejando entrar un frío que me pegó en los pulmones y teñía el departamento de un color plata, característico de esas noches en donde la luna pareciera hincharse de estrellas, nubes, o vaya a saber uno qué cosa.

Cuando pude acostumbrar mis ojos a dicha luz, noté que quienes estaban a mí alrededor, festejando algún tipo de fiesta, no eran los dioses que tan frecuentemente me visitaban para gastarme bromas, dar enseñanzas o acaso compartir cervezas y carne cruda. No. Mi departamento, esta vez, estaba repleta de demonios.

Ellos no se inmutaron con mi presencia. Seguían charlando y bebiendo de vasos que contenían un líquido negro como el petróleo, ignorando cualquier tipo de decoro por mi espacio o incluso el horario. Intenté agarrar algo de ropa del ropero, pero un demonio con aspecto de sapo gigante estaba teniendo una agitada conversación con la puerta del mismo. No me atreví a interrumpirlo y procedí al living, para ver quién era el responsable de invadir mi espacio a esas horas de la noche, o acaso la madrugada.

En el pasillo hacia el living, una diabla de ojos grises me agarro del brazo y me miró fijo. –“Te voy a regalar todos mis defectos, pero ninguna de mis virtudes. Voy a masticarte y escupirte como a un chicle. Y me vas a rogar volver a ser masticado”- dijo.

Quise responderle que le agradecia, pero no quería vivir esa situación, pero antes de que pudiera musitar palabra, otra diabla se hizo presente; empujando a la primera.

Esta tenía un aura dorada y ojos azules como el océano. –“Yo te voy a convencer de que soy tu salvación. Aquella a la cual buscas”-Dijo adquiriendo un aspecto cada vez más angelical. “Tomaré todos tus miedos y los curaré”- Continuó.

-“Y Luego los reemplazaré por otros mucho peores”- Concluyó, volviendo a su forma original, o acaso una mucho peor.

Con lágrimas en los ojos me forcé a salir del pasillo y entrar en living. Pero allí, recostada contra la pared, me esperaba una tercera.

Con ojos verdes y labios color carmesí. -“Yo soy perfecta”- me susurró con un beso en el oído. -“…pero cuando llegues a mí, estarás demasiado roto para poder disfrutarme”- confesó mientras lágrimas surcaban sus mejillas escarlata.

Mis órganos internos se vaciaron como si alguien me hubiese prendido una aspiradora dentro, obligándome a caminar encogido, dado que el pararme derecho me resultaba extremadamente agobiante.

El living era mucho peor de lo que me imaginé. Nunca creí posible ver tantos individuos en un solo espacio físico. Y eso que me he tomado el subte a las 5 p.m.

Sin saber demasiado bien que estaba buscando, encaré para la puerta principal. Tenía que salir de ahí. Cuando tenía mis manos sobre el pomo de la puerta, la música se detuvo abruptamente y todos los presentes se voltearon en mi dirección. Jadeando, gruñendo y siseando.

Cerré los ojos esperando que se abalanzaran sobre mí, pero un individuo los detuvo con un leve movimiento de su mano. Era alto, de rasgos finos y extremadamente delicado en su andar. Los demonios se arrodillaron cuando él empezó a caminar hacia mí.
Cuando me concentré en él, caminaba hacia mí, completamente desnudo, cubierto por dos gigantescas alas negras. Luego pestañee y estaba prendido fuego, con ojos que destellaban como el sol. Pestañee por tercera vez, y en esta ocasión el Diablo se veía exactamente igual a mí, solo que infinitamente más hermoso. Abrió la boca, y lo escuché hablarme con mi voz.

-“Te voy a dar tres regalos”- dijo mientras ponía las palmas de sus manos en mis mejillas.

Intente decirle que no quería nada, menos de él. Quise gritarle a Odín que viniera a ayudarme, pero la voz se me quebró en el intento. Deseaba mirar hacia otro lado, pero sus ojos, que también eran los míos, no pestañaban jamás. Acaso se entrecerraban de una manera seductora que me obligaba a sostenerle la mirada.

-“¿Por qué están en mi cas…?”- Llegué a musitar, antes de que sus manos me sacudieran la cabeza, obligando a callar.

-“El primer regalo será la confianza. Voy a concederte el don de ganarte la confianza y respeto de tus amigos, familiares, colegas y conocidos”-dijo entre sonrisas de dientes demasiado blancos y afilados.

–“Solo para que cuando sus corazones estén inundados de fe en vos pedrito, los decepciones de manera estrepitosa”.- escupió venenosamente.

En vano intenté zafarme de su agarre.

-“También voy a darte fuerza y tamaño”-continúo. –“Pero en verdad no te servirán como escudo alguno en esta vida. Y cuando tu pequeña canción toque la última nota, te voy a estar esperando en una habitación: demasiada angosta para que puedas sentarte y demasiado baja para que puedas estar parado. Y yo voy a estar ahí. Mirándote”-dijo mientras sus ojos parecían adquirir un matiz de éxtasis.

-“¿Pero qué te hice yo? ¿Por qué? ¿Qué haces acá? ¿Quién es toda esta gente? ¿Por qué voy a tener que ir al infierno?”- le contesté desesperado, intentando zafarme nuevamente de su agarre hercúleo.

-“Finalmente”- Me interrumpió ignorando mis lamentos.

-“Voy a permitirte que continúes percibiendo magia en el mundo. Voy a dejar que sigas viendo Dioses y que entables su amistad. Voy a concederte la llave que abre todas las puertas de este universo: vas a ver colores que existen solo para vos, historias que nadie escuchó, reflexiones impensadas, sentimientos no encontrados. Experimentaras amores de profundidades imposibles y sueños que contrastan con el mismo paraíso.” – dijo mientras finalmente me soltaba la cabeza, y me peinaba con su mano, que aún tenía mis propias cicatrices, lunares y gestos.

Se dió la vuelta y cuando empecé a relajarme, dejando que aire fresco entre en mis pulmones, volvió a virar y susurro en mi oído de manera casi dulce:-“pero nunca nadie te va a creer lo que ves. Nadie va a escuchar a los dioses más que vos, y van a pensar que cuando lo cuentes estás haciendo un chiste, o acaso completamente loco. Los sueños serán impresionantes sí, pero los olvidaras de manera instantánea al despertarte, sintiendo cada día que algo te ha sido arrebatado. Sentirás amor como nadie, es verdad. Pero nunca te será correspondido. Las canciones e historias te enmaravillaran sí; pero carecerás de cualquier habilidad para compartirlas con nadie.”- concluyó.

Cuando terminó de decir estas palabras pestañé nuevamente y mi departamento estaba completamente vacío. Yo me encontraba aún de espaldas contra la puerta de mi departamento, cuando el viento que entraba de las ventanas aún abiertas se llevó 3 plumas negras que estaban en el medio del living. Pude ver además, al final del pasillo, una lágrima que se estaba evaporando en la madera del piso.

Si bien sé que me es imposible que esta historia sea jamás creída; mucho menos tomada en serio, el diablo esta noche cometió un error garrafal.

Me maldijo, sí.

Y me explicitó que nadie nunca jamás me creería: que acaso me tomarían de chiste o de loco. Pero lo que no dijo, lo que se olvidó de mencionar, es que no pudiera intentarlo.

Así que eso es lo que voy a hacer. Ya sé que voy a fallar. Que así sea.

Igual, voy a intentar. Voy a intentarlo todo.

Buenas tardes.

lunes, 7 de marzo de 2016

Los Reyes Magos (Encuentro Con Odin 2)

Me desperté con un dolor fenomenal de cuello. Intenté agarrar el pato, pero se desvaneció de mis manos en tanto abandonaba el reino de los sueños. No recuerdo haber dormido abrazado a una boa constrictora la noche anterior… pero no encontraba otra posible explicación para tamaña torticolis. ¿Qué día era? ¿Martes? ¿O domingo?

Casi no había luz afuera, en ese momento empecé a razonar que hora era más posible que fuese. No tenía idea, era tan posible que el sol estuviese empezando a despedirse de los chinos para acercarse a nuestra llanura porteña, como que estuviese arrancando para la joda, dejando en el laburo de iluminarnos a la trola de su prima.

Todos saben que el Sol y la Luna son primos. Ni novios, ni amantes, ni amigos ni hermanos. Primos señor. Primos. Explicaría en detalle si lo creyese necesario, pero tipos instruidos como ustedes saben mucho más respecto de estos temas que yo. Son primos y no hace falta agregar más detalles al respecto. Sanseacabó.

Todas las ventanas del departamento estaban abiertas, dejando entrar una agradable brisa. Por lo menos sin humedad, y a esta altura del año, me era suficiente. Aún sin acostumbrarme a las nuevas dimensiones de mi recién adquirida vivienda, a primer ojo supuse que la silueta en el medio del living era el perchero. Pero que estuviese moviéndose directo hacia mí, debo reconocer me pareció extraño. Quizás aún estaba soñando después de todo. Mejor dejarse llevar. Extendí los brazos, de la misma manera que el perchero, cada vez más grande, extendía los suyos.

El perchero me alzó con una facilidad no recuerdo nadie haya tenido para levantarme desde los, cuando menos, 3 años.

Y no solo me alzó. Me estrujo las costillas con un sonoro CLACK que me acomodó la torticolis y me estampo un barbudo beso en la frente. Ahí me di cuenta que era Domingo.

-¿Cómo estas pedrito tanto tiempo?- Preguntó la silueta.

-Hola Odín- Respondí

-Escúchame, ¿Cómo no me vas a avisar que te mudaste? ¿Sabes el susto que me pegué cuando encontré a esa señora viviendo en tu otro departamento? ¡Por las barbas… mías! Que mujer más fea. Más fea que un susto, mira lo que te digo. Brrrrrrrrr, me dan escalofríos.

-Me olvidé de dejarte una notita, perdón- Aventuré con dificultad.- ¿No me dejarías bajar?- Inquirí

-Si si, pedrito. Es que te extrañé. No sabes lo que fueron estos dos últimos meses. ¿Che no tenes la play conectada aún?-

-No, la verdad es que no juego casi nunca. Pero si queres la conectamos. ¿Tenes idea si el sol está saliendo o si se está poniendo?- pregunté.

-No, no deja. Vine a decirte un par de máximas importantes que tenes que estudiarte, y quizá incluso hasta divulgar. Y lo del sol, casualmente es algo que vine a contarte. Anda a buscar papel y carbón.-

Recién entonces Odín me dejo bajar. Que use mi columna vertebral como si fuera un acordeón sería algo francamente admirable, sino fuera por el tamaño de ese muchacho. Enfile para el armario donde tenía las hojas, y supuse que se habría querido referir a un lápiz. ¿Quien escribe con un carbón hoy en día? Pero Odín sabe jugar a la play. Quizás era necesario anotar sus máximas en carbón, vaya uno a saber porque. Agarre el carbón de la heladera y me senté listo para tomar nota.

-¿No me vas a ofrecer Ron siquiera?- Preguntó Odín socarronamente.

-Perdóname pero no tengo nada. Ayer estuvo Dionisio… y bueno… viste como se pone. ¿Agua te puedo ofrecer?-

-¿Agua? ¿Lo del inodoro? ¿Pero vos a mí de que me viste cara pedrito? Bajo ningún concepto pretendo caer tan bajo como para tomar agua. Agua…. Lo tiro de las patas. Asique con Dionisio eh. Pedazo de atorrante sinvergüenza. La última vez que lo vi estaba viviendo en Caballito. Arriba de una verdulería.-

-Si si, sigue ahí. Se enganchó con la hija de la dueña. Pero ayer se pelearon, por eso vino a casa- le expliqué.

-Claro, y te vació todas las alforjas-

-Aham- Bostecé.

-Bueno comencemos, vos anota pedrito- Me instruyó Odín.

1- Hay que creer en los Reyes Magos.

Recordar que en muchas ocasiones el exceso de pruebas es tanto más sospechoso que la ausencia de ellas. Si insistimos en mostrar al niño (interno o real/externo) todo aquello cuya existencia postulamos, llegara el día en que la pequeña sabandija nos exigirá que le mostremos el desengaño o un átomo o una esperanza. Como no podremos hacerlo, el fulano reputara inexistentes a esperanzas, desengaños y átomos.

Tanto mejor sembrar la ilusión, y dejarla crecer sola. Sin disfraces ni payasadas. Mucho menos evidencias.

(Nota de pedro: Odín existe y me visita. No serán dadas más pruebas que los presentes relatos de sus visitas.)

2- Cuando llueve hay que mojarse. No se puede ni se debe usar paraguas.

3 -Cuando se ve una mujer hermosa, se debe admirar su belleza.

4- Ojo con mezclar café colombiano con jugo de naranja exprimido. Sobre todo en las mañanas.

5- Cuando insultan el honor de un ser querido, no queda otra que golpear la trucha del ofensor. Fuerte y sin titubeos.

6- En primavera se debe estar al sol.

7- A los amigos hay que quererlos y cuidarlos. Cuando no, ya no son amigos, sino sombras del pasado.

8- Se debe respirar profundo y jamás de los jamases, repito: JAMAS, taparse la boca a la hora de soltar una carcajada. También se debe, de tanto en tanto, mandarse un señor chocolate.

9- Hay una magia a ser cultivada en las primeras horas del alba. Cuando el sol aún no asoma. Pero donde se oyen a lo lejos, los caballos del carruaje de Hermes. Quien aprende a cultivar dichas horas, gana, a lo largo de los años, 2 vidas más que sus compañeros dormilones.

10- y la última. Regala flores, besos y adulaciones lo más que puedas. Todo el tiempo y a todos los que te lo permita el cuerpo. Indistintamente de si son bien recibidos, mucho menos importante es si se lo merecen. Esos besos y esas flores en realidad, por energía cósmica, lo alimentan mucho más a uno que al que los recibe.

-¿Anotaste todo drope?- Pregunto con entusiasmo Odín.

-Si si. Pero hay algo que no entiendo. No podrías decirme como es que….

-La próxima Pedro, la próxima- Me interrumpió.

Y así como apareció, se fue. Recién entonces, el Sol salió.


Pedro Gomez Goldin

martes, 23 de febrero de 2016

Diario de Citas Desastrosas (Parte 2) Exigencias

El fin de semana salí en lo que, supongo, hoy en día denominaríamos una cita.

Entre cervezas comenzamos la usualmente tediosa rutina del: “¿A que te dedicas?, ¿que estudiaste?, ¿perros o gatos?, etc. etc. etc.”. Esta muchacha en cuestión, no obstante, me metió una variante que debo confesar, me sorprendió y agradó mucho. Me preguntó: “¿Si pudieras pedir un deseo, hoy, ahora en tu vida, que pedirías?”

Ahí me di cuenta que la cosa podía llegar a caminar. Por lo que empecé a acariciarme lentamente la barba (señal universal de que uno está meditando…obviamente), solo para generarle expectativa, porque ya sabía perfectamente mi respuesta.

-“Bueno”- comencé. La muchacha se acercó al borde de su silla y redujo la distancia entre nosotros viéndose innegablemente interesada en lo que estaba a punto de decir.

-“Me gustaría tener enanos”- La muchacha dio un respingo hacia atrás. –“Pero no una manada ehh. 8 o 9 nomas”- “¿Me estas tomando el pelo?”-Preguntó ella.

-“No, no déjame que te cuente”- Y ahí comencé a emocionarme con mi propio relato, gesticulando quizá un poco más de lo necesario, y puede que un porrón de cerveza se haya o no caído sobre su regazo. No está muy claro y no tengo con quien corroborarlo en este momento.

“Yo quisiera poseer 8 o 9 enanos, no solo tenerlos, sino que sean mios. Así como los gringos poseían esclavos negros ¿viste?”- La muchacha se mordió el labio inferior y roleo los ojos.

“Si si”- continué cada vez más excitado. –“tendría 9 enanos esclavos, pero solo con una función”- La muchacha empezó a colocarse su abrigo.

“Les pondría a todos un bowl en la cabeza y los dejaría libres por mi depto, con la condición de que siempre caminen en direcciones azarosas”- La muchacha se levantó. Por lo que intentando salvaguardar la situación elevé mi voz para que no se quede con curiosidad de como terminaba el relato: “¡¡¡¡¡y cada enano tendría un tipo distinto de dip o salsa!!!!!"

"¿¿Entendes?? Vos solo tenes que tener una criollita en la mano o unos nachos y cuando pasa uno cerca, ¡¡ZAS!!, ¡¡metes la galletita!!”- Pero la muchacha ya se había ido y estaba pidiendo un taxi en la calle de enfrente.

-“¿Que tipo de salsas?”- Me pregunto una moza mientras se sentaba en la mesa y limpiaba el asiento que había abandonado mi cita de la noche.


En fin, todo esto era para llegar a la siguiente reflexión personal: ¿Que exigentes estamos todos, no?



Pedro Gomez Goldin

Diario de Citas Desastrosas (Parte 1) Ilusiones

Normalmente nadar un viernes a la noche es una mierda. Si si, una mierda. Excepto hoy.
Quizás me tilden de tipo otario, de básico, de simplista, de repetitivo. ¿Qué le voy a hacer? Me hace feliz. Pero bueno, me estoy apurando.
Vamos por partes dijo Jack. ¿Habrá ido por partes Jack a todo esto? Quizás metía a las minas en una picadora de carne, y hacia un quetejedi enorme de un saque… en fin. ¿Cómo en The Wall, vieron? Qué película tenebrosa. No me gusta el cine de terror. Me fui por las ramas.
Normalmente nadar un viernes a la noche es horrible. ¿Por qué? Porque es viernes a la noche macho.
La gravedad aumenta varios niveles, cual nave de Goku yendo a Namek. Uno tendría que estar en su casa, comiendo una pizza con anchoas y roquefort viendo una peli de tiros, patadas y mucho monstruo. O cenando pan de ajo con salame y un vino. 
¿Y de postre? Cerveza con chocolate al compás de un disco de Dean Martin. Fija.

Si si, no me vengan con que es una combinación rara. Y si me caliento hundo el chocolate en la cerveza cual Pepitos en el Nesquick. ¿La probaste? ¿No? Me imagine. Anda, hundí un tofi en una Amstel y después me contas. Yo te espero.
En fin, es una mierda nadar. Porque tenes sueño, hace frio… justo arranca una de Stallone contra Mel Gibson que nunca habías visto… pero ponele que juntas energía y vas. Ahí arrancó lo bueno. Bha si lo digo así va a quedar medio trolazo. Pero huméenme, digo humorenme. Emmm que me sigan la corriente.
Hoy había un pibe que de movida me habría caído mal. Me tendría que haber caído mal. ¿Por qué? Porque las tenía todas. Por empezar daba bronca que tuviera más abdominales, más fuerza, que sea más rápido… y encima simpatiquísimo. Un mar de sonrisas francas y miradas compasivas. Todas las minitas de la pileta sonriéndole cual adolescentes a profe nuevo de inglés. Un asco básicamente. Bajando las escaleras considere más de una vez “tropezarme” sobre su espinazo. En fin. En el vestuario dije “a este lo zurto. Pa´ que aprenda” ¿vio? “Ya le voy a enseñar quien soy yo”. Y en eso, se calza unas bombachas de campo y unas alpargatas.
Ya está. Cerremos el telón. ¿Qué más queres hermano? Todas tenía. Estuve a punto de invitarlo a tomar una cerveza. Saliendo del edificio apoyada contra un capot había una diosa griega mirando hacia la puerta. Mirándonos. Bha mirándolo a él. Cuando lo ve sonríe de oreja a oreja y se pone colorada.
¡Encima mira el pedazo de novia que tiene el cuelado este! Y ahí casi mande a la mierda todo el pseudo-enamoramiento platónico que estaba teniendo con este pibe y en un micro-mili-segundo empecé a conjurar maldiciones para arrojar a los 4 vientos cual… cual…. ¿Brújula con síndrome de Tourrete? …. ¿va? va.
Y me volví a enamorar. De él. De lo que vi. De la vida. De mi familia, de mis amigos, de la noche, y de mí. De todo eso junto. Así de bien me sentí. Ahí fue cuando me di cuenta que haber ido a nadar fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Él paso por al lado de la Diosa griega (en este caso es una metáfora lo de diosa griega, era una mina que rajaba la tierra con cada paso que daba nada mas) como alambre caído y le estampo un beso enorme a una chica que estaba a dos metros a su izquierda, y que yo no había visto. Que nadie hubiese visto. Una gordita peluda que rasguñaba el metro diez con zancos. Parecía un muñeco de nieve con pelos. Sin embargo frente al brillo del amor que le conferían los ojos de este enamorado, por un mili-segundo se convirtió en la chica más linda del mundo. Y ellos fueron perfectos. Y yo me sentí adecuado, vivo. Completo.
Fue tanta mi felicidad que el Karma (con mayúscula) decidió compensármelo. Me dijo “Pedro, está muy bien que te ponga contento ver parejas disparejas”. “Lo de que los cantantes tengan que ser gordos y feos tenemos que corregirlo… pero esto si te lo voy a premiar”…
Entonces giro hacia la izquierda y feo una FLOR de Harley Davidson. Y Atrás mío venia un pibe que, este sí, es un forro. Y yo me dije: “No.. no por favor que no sea tuya. Sos muy atorrante para tener este pedazo de moto”. Si les cuento que al flaco jamás lo vi sonreír ni haciéndole cosquillas (está bien, quizás no es muy divertido que te hagan cosquillas si estas en lo hondo y él usa brazitos, pero en fin) y que se llevaba su propio secador de pelo (siendo pelado) me entenderían porque me puse así.
Y yo le apunte a mi bici. Mí querida y adorada, pobre y horrible bici. Con pena empecé a desatarla y levanto la vista: una mina casi más linda que la diosa griega del capot del auto caza un casco, se lo pone y mete las llaves en la Harley.
Mi bici estaba al lado.
Y no me da para decirle bicicleta porque para decirle así debería estar completa. Esta es una bici y pidiendo permiso. Y es fea con ganas. Abramos un pequeño paréntesis para que se imaginen la situación: a esta bicicleta me la intentaron de afanar una vez. Y el flaco me la devolvió… y me tiro unos mangos. “Ya vendrán tiempos mejores” me dijo. Esta bicicleta fue comprada por mercado libre a $110 pesos. A un metalero. De dos metros. Peluquero. Afeminado. MUY afeminado. Situación rara. En fin, tengo testigos si son necesarios. Volviendo a casa una vez efectuada la compra le digo a mi testigo en cuestión “che, está un poco incomoda, no tiene frenos” y el me contesto “porque el asiento es de mujer y no tiene cadena”.
Retomo. La mina pone en marcha su Harley y yo meto la llave en la cadena de mi bici. Me mira fijo, y ahí fue cuando el Karma me guiño un ojo. “Sabes que me confundí la tuya con la mía. Las distinguí nomas por que vos te subiste a esa mas rápido”-dije. “Jajajaja, que sincronización”- me contestó.
Usualmente este tipo de mina te intimida con la sola presencia.¿¿Imagínate arriba de una Harley, con calzas y un casco, mirándome fijo y retrucándome un comentario pelotudo??
Pero tenía al karma y el amor de la parejita dispareja en mi espalda. “Siempre me pasa lo mismo, la dejo estacionada entre otras motos, como ella, y después no la encuentro… después llegamos a casa y me hace planteos por que no la distingo”. “Me imagino” contestó con una sonrisa picarona. “¿Vivís muy lejos?”…. preguntó.
Y si bien la conversación siguió hasta que me dio su teléfono, la magia del Karma quedo demostrada con lo relatado. Y también lo lindo de las parejas disparejas. Y porque, ir a nadar un viernes, de tanto en tanto, no está tan mal después de todo.


Pedro Gomez Goldin



jueves, 18 de febrero de 2016

Las Cosas Que Importan (Encuentro con Odin 1)



Domingo a la mañana. Temprano. Demasiado temprano para ser un domingo. Yo creía que los domingos arrancaban a eso de las 11:00 hs. Pero no. Resulta que si te acostas temprano el Sábado anterior (porque seguramente te hiciste el alemán y arrancaste a escabiar a las 6 pm, pero bueno, divago) tipo 08:00 am el domingo está.

Ahí, con luz pálida y lleno de esperanza. Nos saludamos como dos cordiales desconocidos que somos (el domingo a la mañana y quien les habla) y me fui derecho a saludar a la señora heladera (con ella si nos conocemos de hace mucho).

No pude evitar notar que en mi sillón había un hombre enorme con un parche, un sombrero de ala ancha y dos cuervos, uno en cada hombro, sentado mirando a mi televisión, con un joystick en la mano.

Lo primero que hice fue lo que cualquier ser humano de sangre caliente con dos dedos de materia gris en el marote hubiese hecho: me fije a que juego estaba jugando… Mortal Kombat 9 por si les interesa a los curiosos.

La ruta hacia la señora heladera ya había iniciado su curso… así que no podía detenerse, pero si admito que cuando la abrí y cacé el cartón de jugo de naranja (cual ávido guerrero galo en busca de jabalíes salvajes… es decir que lo agarre con las manos) resolví corroborar si el señor del sombrero y los cuervos aún estaba en mi living.

Ahí estaba. No sé si mencione ya que tenía un parche. Pero me miro con su único ojo e hizo dos suaves golpecitos con su mano izquierda sobre mi sillón para que me siente al lado de él con una sonrisa que nada tenía que envidiarle a Papa Noel. Su larga barba subía y bajaba mientras sonreía porque metía bien los combos en el jueguito. Cuando me senté a su lado vi que estaba usando a Liu Kang y que jugaba bastante bien. Me pregunté hace cuanto que estaría practicando los domingos a la mañana en mi casa.

-¿Cómo andas pedrito?- Me pregunto.

-Muy bien, todavía un poco dormido……-

-¿Sabes quién soy?-

Medité un segundo creyendo saber la respuesta. Ese sombrero, su báculo al lado del perchero, el parche, los cuervos… si bien sabía que posee más de 200 nombres me la jugué por el popular.

-¿Odín? -Pregunte tímidamente, casi pidiendo permiso para decir ese nombre en voz alta.

-Ahap. El padre de todo. Sé que vos podes hablar mientras jugas, agarra un control pedrito. Vengo practicando hace bastante, creo que te puedo llegar a dar pelea.-

Mientras fui a buscar el control y me ate el pelo para poder ver mejor me pregunte como podía ser…. ¡Que el sillón aguantase semejante tamaño! este hombre debía de pesar a simple vista 250 kg cuando menos.

-¿Es la primera vez que venís? -Pregunté.

- ¿A este departamento? ¡Jo Jo Jo! ¡No! ¡En absoluto! Vengo todos los domingos prácticamente desde que te mudaste… mira el combo que te hago ahora.-

Me bajo casi la mitad de vida… elegí un personaje muy lento.

-¿Querés un café?-

-Te aceptaría si no fuera porque ya me tome el bueno que tenías, te queda solo la porquería esa instantánea. Una vez que uno se acostumbra a las cosas buenas de la vida es muy difícil bajar. Sucede con casi todo en la vida en realidad. Por eso ustedes tienen suerte. Viven poco. Todo tiene la posibilidad de ir mejorando. Cuando llegas a mi edad te imaginaras que ya evolucione todos mis gustos. Y lo bueno bueno… se va agotando. Excepto las mujeres. Esas se actualizan infinitamente. Son como la base de datos de los antivirus gratuitos.

-Claro- Respondí.

Le meto un gancho y lo mate. Vamos 1 a 1. Vamos a un tercer combate, el que gana, gana.

- Y mmmm…- No sabía cómo articular la pregunta sin que suene a una película de Disney que no va al cine, sino derechito a los vhs. – ¿Hay otros Dioses por Villa Urquiza?-

-No. No en Villa Urquiza. Horus creó que esta por Caballito. En el Sur hay un montonazo. Y si, sé que dilucidas por mi respuesta que… ¡La puta madre! ¿Cómo hiciste eso?-

- Con L1 y L2 al mismo tiempo-

-Ahh, no la tenía esa. En fin, claro. Te decía que te darás cuenta que lo que me querías preguntar era si hay muchos Dioses dando vueltas por aquí y acullá. Y si pedrito, estamos en todos lados. Todo el tiempo. Vos si bien nos rezas a veces en chiste nos traes acá. A mí me nombraste tantas veces que prácticamente me invocaste. Y yo no tengo poderes de incidencia sobre los resultados de tus exámenes, sobre si la minita va a responder el mensaje o si sobre el bondi va a llegar rápido. ¡Vamos querido despabílate un poco y apréndete los nombres de los Dioses que si corresponden!-

-Perdón. No se me los nombres de esos- dije tímidamente.

-Invéntalos entonces, les va a gustar, y sabrán que les estás hablando a ellos. Pero siempre usa el mismo una vez que lo inventaste, así saben que te dirigís a ellos. Es como con los perros. Le podes decir como quieras y saben que los llamas. Ahora si le cambias el nombre cada dos meses se marean las pobres bestias. Con los Dioses pasa lo mismo.

-Entiendo- le mentí. ¿Y… son todos tan….mmm-

-¿Majestuosos como yo? – me interrumpió mientras se tocaba con la punta del dedo índice el ala del sombrero y rió una risa gruesa, profunda, sonora. Buena.

Estamos los dos muy cerca, dos golpes y me mata. Yo solo tengo que tocarlo…. Creo que voy a dejarlo ganar, pero tengo miedo que se dé cuenta. Quizás lo mato así lo incentivo.

-No. Yo visto así porque me gusta mi “look”. Los otros son tan normales que nunca los diferenciarías de un Carlitos o un Omar cualquiera. O una Roberta. Hay incluso algunos con formas de tostadoras, de animales, de nubes o de rayos del sol.-

Le meto un gancho y lo mato. Rápidamente pongo para pelear de nuevo, quiero ver si lo incentive.

Sonríe tanto que las comisuras de la boca parecen llegarle hasta las cejas. Pobladas, grises y majestuosas.

-¿El problema sabes cuál es Pedrito? -Me preguntó.

-¿Cuál?- Pregunte de inmediato.

-Ustedes. La gente. Están tan ocupados con sus celulares, sus tablets, sus reuniones de trabajo (por que no es todo culpa de la tecnología, me aclara), sus juntadas con amigos que no les caen bien, sus esposas que no toleran, sus amantes que no desean, y sus colegas venenosos, que no se dan cuenta. Pero el principal problema está en su propia mente. ¿Vos a que le tenes miedo por ejemplo pedrin?

-A tener miedo.-

-¿Ves? Me acusó. -Te generas un potencial problema donde no lo hay. Tu mente se amotina y patalea contra su propio bienestar. Me ganaste, y te voy a conferir un secreto: Es fácil estar bien. El desafío está en estar increíble. Pero para eso hay que saber disfrutar de todo, de tu mortalidad, de tu miedo, de tu tristeza, de tus celos, de tu rabia. Disfrútalo todo. Porque el compensar esos sentimientos con su espejo contrario (o sentimiento inverso) hará que los últimos se potencien.-

Algo frió y caliente me recorrió el espinazo y los brazos se me pusieron como piel de gallina, igualito a cuando Mel Gibson grita: “FREEEEEEEDOM!!!!”, en brave heart.

-Sacarse a los que no sirven si bien no es tan fácil como en la Edad Oscura, donde con un hachazo bien afilado te olvidabas y no había tu tía… hoy no está taaaaaan complicado tampoco. Y todo ese conjunto de cosas hace que no nos recen, que no nos vean. Y estamos ahí. Hay dioses para todo, para el amor y para el odio. Y tienen que hacerse amigos de ambos, porque ambos están caminando por ahí. Ambos son poderosos. Pero el saber que existen hace que uno pueda elegir a cual darle más poder. En criollo pedrito: En la vida (y en otros planos también, pero ahora no te voy a hablar de ellos) siempre va a haber boludos. Siempre. Que tanto poder tengan depende de uno. Si les das mucho será un boludo enorme que te carcomerá el alma, de la misma manera que lo hacen las cosas que mencioné antes. ¿Hidromiel no tenes, no?-

-No. Perdón- Me excusé.

-A veces pierdo la noción de donde estoy, claro. ¿Cómo vas a tener Hidromiel?-

-Si no les das poder- continuó- Van a ser boludos chiquititos. Y ustedes hoy en día tienen esa conjunción de cosas: No nos ven, pese a que estamos en todos lados, a plena vista, no nos rezan ergo no nos disfrutan y por encima de todo le dan ese poder que debería estar destinado a nosotros, a los boludos grandes de la vida, dándoles demasiado poder. ¿¿!! Como es posible que Fulano de tal, el tarado de la oficina tenga más poder, para Clotilde del 5to B, que Thor que es quien trae las lluvias y los truenos!!?? 

Su voz retumbo como un trueno por todo el departamento, igual que cuando se me cae el wok.

-¿O que la preocupación por cambiar el último modelo de auto/celular/televisión, o lo que fuese, tenga más energía que Gaia, madre de la naturaleza? Me niego a que caigan en eso.-

-Yo también me niego- aventuré con más valentía que la que demostré anteriormente.

-Ya se pedrito, por eso te visito. La próxima semana te palizeo, voy a elegir a Sub-Zero mejor. Me tengo que ir. Si te copas con unas facturas yo traigo hidromiel. Vos seguí escuchando mucho Blues que hace bien.-

-¿Te gustan con pastelera?- le pregunte.

-Sí- me respondió.


Pedro Gomez Goldin

Amor en el Subte


¡MARCHE unas papas fritas para acompañar al PEDAZO de fin de semana que me estoy por comer!

Mándamelo al Cairo, a la mesa de los galanes, ahí lo espero. (La de Fontanarrosa)

De corazón les deseo un fin de semana al menos la MITAD de bueno de lo que presagia ser el mío. Para que quede claro, les estaría deseando cuando menos un finde espectacularmente memorable.

¿Cómo sé que va a ser tan espectacular? 

Porque prácticamente ya no necesito nada más. Sí. Ya sé que es viernes a las 18:30 y que todavía ni arrancó…. pero pocas cosas en el mundo me ponen tan feliz como lo que estoy viendo ahora: 

En un contexto del subte hasta la garganta en plena hora pico hay dos chicos en el medio de vagón.

Él y ella.

Ella parece de 18…. y es preciosa, radiante. Es el tipo de chica que te hace comprender por qué se invadió Troya. Sonríe mucho e ilumina el subte con sus muecas divertidas mientras juega con su pelo. Si todo el vagón no se medió enamoro de ella, tendrían que volver a la escuela. 

Y después esta él..... pobre.

Él debe tener 16 como mucho (lo que me da la pauta de que en realidad ella también debe tener esa edad) y es liero con ganas. Dejemos de lado la torpeza que acarrean los 16, quédense tranquilos que la tiene. Dejemos también de lado los granos que le decoran toda la cara cual volcán a punto de erupcionar como en Pompeya. Eso también perdonémoselo. Supongamos que podríamos obviar también su extrema delgadez, su nariz grande y afilada como un sable samurái y sus cejas de hombre lobo. Pero si es menester remarcar ese afro gigante, de pelo pajoso que ocupa 2/3 del subte. No es que compense este físico con gracia él. No no, es torpe y se lo nota incómodo con su incomodidad, valga la redundancia.

¿Qué es lo que me hace feliz de este escenario entonces? Que ella es hermosa. Y él es un desastre. Un feo desastre, ni siquiera uno de esos tiernos. Pero esa risa risueña de ella... es toda para él. Toda.

Se nota, está con él. Y eso me llena. Me hace bien. Me pone estático.

La aventura de la situación está en que él claramente no lo sabe.

Él no se da cuenta. Y si no estuvieran tan cerca de ambos le daría un cachetazo y le diría "¡avíspate querido!" "¡¡Hace algo!!", "¡¿vaya a saber uno cuánto tiempo más tendrás el interés de esta mina?!".... pero se asustaría y no entendería de que le hablo... y aún si lo hiciese... no sabría como manejar esa información.

O tal vez....

Tal vez si... tal vez se dé cuenta...

Y eso me hace feliz.

Pedro Gomez Goldin

martes, 16 de febrero de 2016

Palabras Prohibidas

Este jueves a la mañana descubrí que me revienta la palabra “MUY”. Me estropea la digestión.

"MUY" es el enemigo.

No existe nada peor que esta vil y repugnante palabra, NADA.

Aquellos que la usan deberían sufrir el más divino de los castigos. Caronte no debería dejarles cruzar el río Aqueronte ni por toda la plata y el acero de los Halcones Galácticos. Las Valquirias tomaran tu mano y se elevarán sí; más no para llevarlos al Valhalla, sino para arrojarte desde lo alto de un acantilado. Y Buda te sacara la lengua.

A estas alturas temo ser tildado de exagerado. Pero es menester recalcar la malicia de usar esta palabra. "MUY" es el enemigo de la seducción. Es prima de la mediocridad, hermana de la inconformidad y juega un picadito todos los domingos con la soledad. Así es.

Usar MUY es de poco hombre y de uno VAGO.

Un verdadero hombre jamás estará “muy cansado”, estará exhausto.

No estará “muy triste”, estará taciturno. 

Jamás tendrá mucha (su hermana gemela) hambre o será muy fuerte: estará voraz y será inexorable.

Creo que fue Sócrates quien dijo: "chochamus, el lenguaje existe con un solo propósito: cortejar mujeres. Y en esa tarea queridos, la pereza no será suficiente". Y si no lo dijo.....debería haberlo dicho.


Pedro Gomez Goldin

lunes, 15 de febrero de 2016

Dedos De Tiza

Recuerdo un techo blanco. Un blanco Inmaculado e infinito. Un océano en que ninguna mente humana hubiese podido llegar a concebir la posibilidad de una orilla. 

Recuerdo además visitas de gente, francamente idiota. Se me acercaban sin tener respeto alguno por las más básicas leyes tacitas del espacio personal, muchas veces llenándome de baba y pedacitos de masitas secas que habían fallado en masticar a un cien por ciento. Sin mencionar, por supuesto, el lenguaje con el que intentaban comunicarse conmigo. Osiris me libre.

“¿Dónde está él bebe?”-  Preguntaban en general los imbéciles. “Acá estoy grandísimo pelmazo, si me estás viendo.”- Solía responderles, pero hacían oídos sordos a mis respuestas.

“¿De quién es esta pancita?”- Preguntaba otra zapalla, por lo general atacándome con tenazas esmaltadas de diversos colores. “¡Mía, es mía maldita sea, condenada bruja del infierno!”- las amenazaba en vano.

“Bubutaga, abubu bubu”- Proferían los malditos deformes, intentando acaso emular el sonido que de seguro harían cuando los sumergiera en las profundidades de una ciénaga. 

Cómo disfrutaría ver el último aliento de estos animales primitivos escapar de sus bocas mientras sostuviera su cabeza bajo aguas estancadas. “¿Abubu cuánto?, ¿Qué dices ahora marrano?”- les preguntaría sonriendo.

Si bien las huestes que me torturaban eran casi interminables, impidiéndome el retener sus rostros, dos de ellos han quedado estancados en mi memoria, dada la frecuencia e intensidad de sus castigos.

Mañana, tarde y noche me retenían en esta jaula de inconmensurables y eternos barrotes, rodeada de fieros animales monstruosos que celaban mi prisión, sin acaso moverse ¡o pestañar siquiera! 

De que infierno habrían salido esas criaturas me era inexplicable. Lo peor de todo era que ocultaban su ferocidad y violencia bajo una carcasa de suave armadura, una suerte de felpa. Como incitándome a atacarlos, quizá para tener una excusa con la que luego destrozarme a golpes. Pero no les daría el gusto, malditos engendros.

Como decía, dos de mis torturadores eran recurrentes. Uno de ellos, el barbudo, ejercía una violencia física hacia mi casi indescriptible. Solía sostener mis brazos e intentar arrancármelos, levantándome del piso de mi prisión. Pero mi fortaleza física era demasiada para este primate peludo. Cuando veía que me negaba a abandonar mi prisión, usando mi cabeza como contrapeso para mantenerme en ella, colocaba una mano detrás de mí nuca y me arrojaba a escasos centímetros del océano blanco. Si bien no llegaba a sumergirme en él, esta bestia bruta hacia todo su esfuerzo para arrojarme hacia allí. Intentando quizás volverme loco.

Pero no sabían a quien se enfrentaban. No me dejaría vencer tan fácilmente. Palurdos.

Es ahí cuando él iniciaba un cambio de táctica, abandonando la tortura física y comenzando la psicológica. El barbudo gigante, ponía su rostro extremadamente grande, quizás tanto como mi torso entero, a escasos milímetros de mí, mientras repetía durante horas dos letras: P, A. 

Debo reconocer que muy cerca estuve de rendirme, mis sensibles oídos no podían aguantar demasiado tiempo a este energúmeno gritándome durante tanto tiempo esas dos letras sin sentido. 

“¡Me rindo! ¿Qué quieres? ¡Dímelo maldito seas! ¡Dímelo! ¡Yo no sé nada, pero por favor, deja de gritarme en el oído o perderé el juicio!”- Pero este primate hacia caso omiso a mis súplicas. Todos los días era sometido a este tratamiento, sin saber por qué o hasta cuándo.

Y también estaba ella. Oh maldita víbora. Era acaso la peor. La bruja de cabellos largos era mi torturadora más frecuente. Rara vez desperdiciaba una oportunidad para castigarme tanto física, como psicológicamente. 

Ella se encargaba de que los monstruos celadores de mi jaula estuvieran siempre en un lugar distinto, seguramente para que no tuviera oportunidad de aprenderme sus rutinas y así desincentivar mi posible escape. 

Solía colocarme además, chalecos de fuerza que limitaran mis movimientos, todos de vivos colores que lastimaban mi visión de halcón. De la misma manera que el energúmeno barbudo, la víbora de largos cabellos me escupía cada dos por tres letras pausadas y sin sentido: M,A.

Mis intentos por golpearla para que se calle, solo ocasionaban que se riera e iniciase un escalofriante intento por comerme. Si, así es. Intentaba comerme, sin usar los dientes. Mis pies y manos, mi torso y mis cachetes. El dolor era tanto que me parece increíble poder estar contándolo en estos momentos. 

Pero la víbora no se contentaba con esto. Ella además había emprendido la tarea de no dejarme dormir.

Cada vez que lograba conciliar el sueño para escapar de mi tormento por algunas horas, esta víbora gigante se acercaba a mi jaula y comenzaba a zarandearme en todas direcciones, muchas veces dándome feroces golpes en la espalda y sacudiéndome enérgicamente de arriba hacia abajo mientras me ordenaba que me calle. “¡Déjame dormir, maldita bruja endemoniada!, ¡Mi venganza será terrible, ya lo veras!”- le gritaba. Pero ella no se dejaba amedrentar por mis amenazas.

Estos son los primeros recuerdos que poseo. No obstante el más vívido de todos ellos es de cuando me visitó el hombre de los dedos de tiza.

Una tarde de verano, desperté con la sensación de que algo me había tocado la frente. Al abrir los ojos un dedo blanco y duro estaba apoyado entre mis cejas. 

Lo primero que pensé era que de seguro tendría que enfrentarme a alguna nueva tortura por parte de mis captores. 

Pero no había fuerza punible en este toque, sino más bien un mero llamado de atención. Nunca había visto un dedo tan blanco y duro, asique hice lo que cualquier humano normal haría en mi situación: lo sujete entre mis manos y decidí probarlo, para ver de qué se trataba. 

Era frio al tacto, y si bien nunca había degustado la tiza, resolví que sabía a ella. 

Fue entonces cuando el hombre río. 

Cuando alcé la mirada noté que la mano blanca, dura y con gusto a tiza estaba conectada a una manga negra y holgada, conectada a su vez a una túnica opaca, perteneciente al dueño de aquella risa.

Me llamó la atención las dos cuencas vacías que tenía por ojos, la ausencia de nariz y como podía ver sus dientes aún si su boca estaba perfectamente cerrada. 

¡Pero más aún me llamó la atención que estuviese llevando esa flor de túnica con el calor que hacía! El señor de seguro tendría calor, así que hice lo que cualquier hombre con un poco de responsabilidad civil haría, y le convide de mi biberón.

“No, muchas gracias”- Dijo con una voz cavernosa y vibrante.

“Más para mí”- Respondí, burlándome de este sujeto que había rechazado sin ningún tapujo, el néctar refrescante que acababa de ofrecerle.

“Toda”- Volvió a responder. 

Fue ahí cuando me quede anonadado. ¡Este hombre podía entenderme! Al fin alguien con quien poder conversar y acaso escapar durante unas horas al tedio de ser torturado mañana, tarde y noche. 

Al fin alguien con quien discutir las cosas importantes de la vida. La excitación me impedía resolver que preguntar primero. Sería mi primera charla propiamente dicha.

“Soy la primera persona con la que todos tienen su primera charla propiamente dicha”.

“¿Acaso puede también leerme la mente, señor Dedos de Tiza?”- Pregunté desconcertado.

“Es la primera vez que me llaman así. Sí, claro que puedo.”-Respondió sin mover la boca. Lo que me dio la pauta de que la charla se estaba dando sin que hagamos uso de nuestras cuerdas vocales. Como sucede a la hora de pedir las respuestas a un parcial de química de secundario, al compañero de banco.  

“¿Sabes por qué estoy acá?- Inquirió el hombre.

“No, pero de seguro espero no haya sido para preguntarme si quiero cambiar de compañía telefónica, porque me tienen al plato llamándome con esas cosas”.
Las cuencas que eran sus ojos se deformaron hacia abajo formando un incuestionable signo de interrogación en su mirada. “No… ¿Pero cómo es posible que…?”

“No me digas que me venís a ofrecer un seguro tampoco, porque te mando a freír churros también eh”- Lo interrumpí. 

“No…”- Dijo aún más extrañado que antes.

“¡Ya sé!, venís a dar las “buenas nuevas” o alguna mogoteada por el estilo, ¿No?”- Pregunté socarronamente. 

“No trabajo para quien vos decís”-Dijo el hombre, aunque no entendí a que se refería.

“Tampoco trabajo para el otro jugador, pesé a lo que la mayoría de las personas creen”-Continuó. 

“No, soy un actor independiente desde el principio de los tiempos, antes incluso. Lo que vengo es a proponerte un juego”.

No podía negar que me vi atrapado por la sugerencia. ¿Un juego? ¿Qué clase de juego sería? ¿Por qué a mí? ¿Sería acaso especial?

“No”-Respondió a mí no pronunciada pregunta. “Es un juego que tengo la obligación de proponerle a todos, y jamás nadie me ha derrotado”. 

“¿A todos? ¿Y todos pierden? Que manga de perdedores. ¿Y no hay nadie que no haya aceptado jugar?”

“Dos o tres nomás, pero te aseguro que al cabo de un tiempo se arrepienten de no haber aceptado mi juego.”

“Debe ser divertido entonces, ¿Quiénes no te aceptaron?”

“Un porfiado llamado Highlander, Vlad Tepes, aunque cada un par de años se cambia de nombre, y Elvis.”- Respondió con fastidio, casi dando a entender que estaba hasta la coronilla de tener que responder siempre lo mismo.

“Y… emm… ¿Qué clase de juego es?”- Pregunté para no quedar demasiado regalado.

“Una carrera”-Respondió

¡Ja!-Pensé ¿Una carrera? Este tipo no tiene chances, si es puro huesos, literalmente. Esto es pan comido. ¿Qué tan rápido puede llegar a moverse? Aparte le falta puchero, no se puede saber a ciencia cierta cuando fue la última vez que se mandó un buen guiso de lentejas. Uno de esos con chorizo colorado, panceta ahumada ananá y todo el chiche. 

Si si, me gusta ponerle ananá al guiso. ¿Algún problema? Ah. Me parecía. 

“¿Y si te ganó? ¿Qué me das?”- Pregunté.

“Un deseo. Lo que vos quieras en el mundo y fuera de él. Cualquier cosa”- Respondió.

“Otra que el kini”- Agregué.

El hombre volvió a sonreír cavernosamente, llevándose una mano raquíticamente flaca a la altura de su ombligo.

“¿Y si en una de esas, digamos que de casualidad, llego a perder?”- Pregunté porfiadamente, puesta mi concentración en cual podría ser mi deseo. ¿Pañales limpios? ¿Una mamadera nueva? ¿Poder infinito e inconmensurable? Esto pintaba prometedor.

“Morirás”- Dijo solemnemente. 

“Apaaaa, que dramático che, no sé si me entusiasma tanto la cosa che, mira si me haces trampa o algo así.”- Mentí. Dado que dudaba que este espantapájaros de persona pudiese ser capaz de hacer trampa alguna. Incluso si lo intentase, no influiría demasiado en mi inminente victoria.

“No solo no hay trampas”- Dijo esbozando una sonrisa. “Sino que además te voy a dar una ventaja”.

Ahí fue cuando supe que la cosa estaba cocinada. Una carrerita y podía escapar de mi prisión, o hacer cuanto quisiera. Quizás podía fundar mi propio país, y obligar a la gente a que hicieran cosas ridículas, como ser: ¡pagarle ridículas cantidades de dinero a un tercero por alquilar un departamento! ¡O elegir líderes que gobiernen territorios más vastos de lo que la vista alcance a ver, atendiendo a los más caprichosos intereses y dominados por la corrupción! ¡O inventar un aparato que fuerce a las personas a pasar la mayor parte de su vida observándolo embobados, removiéndoles la capacidad de hacer nada productivo! ¡O Arruinar algún exquisito manjar con una fruta deshidratada, quizás una uva o algo así! ¡Mua Jua Jua! Las opciones eran realmente infinitas. Si encima tenía ventaja, no podía fallar.

“¿Cuánta ventaja?”-Pregunté

“Toda una vida”- Respondió.

“Juguemos.”


Pedro Gomez Goldin

Reflexiones Sobre La Muerte Y Como Irse

¿Cuál es el truco?- me preguntó con inocencia.

Pregunta extraña. Pregunta extraña en un día extraño. Bha, en un contexto extraño podría decirse… por la situación más que nada, ¿me explico, no?

A ver, extraño por muchos motivos. Empezando por el día. Ponele que eran las… cinco de la tarde. Martes. Día laboral. Ni un alma en la plaza. Hasta las palomas tenían mejores cosas que hacer que estar ahí. Ver quién vuela más alto. Quien entona mejor el “cucuu”, vaya uno a saber a qué juegan las palomas cuando no están en la plaza jugando a hacerte tropezar.

Aparte, amaneció con un sol fuertísimo. Es uno de esos días que vos decís “no llueve ni a gancho” y dejas la ventana abierta confiado como Sansón con el pelo largo. Pero después, llegas a la tarde del laburo a tu casa; en medio de un diluvio, de esos en los que Noé te pasa saludando desde el arca con los bichitos mientras vas nadando por Congreso; y te encontras con que Poseidón está jugando a la mancha en el living con Aquaman. Sebastián está cantando arriba del colchón… un desastre.

Es decir que llovía fuerte. Y que no te esperabas que llueva fuerte. Bha, yo no me la esperaba, vos capaz que sí. Tampoco es que suelo andar prestando mucha atención al clima. Si llueve… y mala leche, me mojaré. Si sos un tipo que mira por la ventana y tiene la precaución de llevarse el paraguas; me saco el sombrero. “Que tipo precavido” diré. Yo prefiero mojarme. Es más romántico. A menos que saquen un paraguas con mango de espada. Ahí sí, me lo llevaría a todos lados. A la playa incluso. Lo usas de sombrilla de última. ¿Por qué no?

¿Qué más tenía de raro el día?

Bueno, por lo general… no es que me enorgullezca ni nada, pero los nenes no se me acercan demasiado. Más bien por el contrario. Lloran. Se esconden detrás de las polleras de las madres, etc. No me molesta. Todo lo opuesto. No me gustan los chicos. Te miran con sus ojitos. Sobre todo en el colectivo. Te miran sin pestañear ¿Viste? Y entonces uno hace lo que cualquiera y le haces una morisqueta “pdddddd” le sacas la lengua. Y el pibe ni se inmuta. Te sigue mirando. Fijo.

Y ahí me entra el terror. Me tiembla la columna vertebral. “Este pibe sabe” pienso. “¡Lo sabe todo!”

Me paranokia. Me paranoicotea. Me paranoiquea. Que me pone paranoico. Y te bajas rápido del colectivo y estas en la loma del quinoto. Jeje, Kinotos.

Bueno como decía los nenes no se me acercan. Sobre todo desde que empecé a usar la técnica de la mirada de “pocos amigos”. Desde entonces no me molestan más. Por eso me resultó extraño que este nene, de cachetes rosados, ojos como platos y empapado hasta la médula se me sentara al lado.

No es que yo tuviera algo que lo atrajese tampoco. Si me decís que estaba haciendo animalitos con globos, vaya y pase. Pero no. ¿Viste que uno reconoce a un uruguayo, porque tiene un termo debajo del brazo y un mate armado en una mano? Vos ves un termo y fija que podes meter guita a que es uruguayo. Si estas con la duda pégale un pelotazo. Apuntale a la nuca. Si el tipo se cae, pero la yerba se queda en el mate, fija fija que es uruguayo. Bueno así como los uruguayos tienen un termo debajo del brazo, yo me levanté esa mañana de sol, cace el cartón de Froot Loops (a mí me divierte más decirles frootsy loopsey, te cuento nomas.) lo trabe debajo del brazo, un bowl hasta el tope de leche en la mano derecha, cucharita arriba de la oreja, cual lápiz de albañil, y encaré para la plaza.

Si, sé lo que estás pensando. “Pedro, vos me estas macaneando” “Tenes menos pulso que el actor de Marty Mcfly” “¿Cómo hiciste para llevarte un bowl lleno de leche hasta la plaza sin derramarlo?” “¿Cómo hiciste para no mancharte?”.

¿Y quién dijo que no me manche? Salame. Sí que me manché. Pero la mayor parte de la leche la fui atajando con la remera. Pero me llevé una de repuesto en la mano izquierda. Jeje. Es que si, en eso soy irreductible. Yo me dije, “hoy voy a comer frootsey loopsey en la plaza”, y voy. Si arranca el apocalipsis… y mala suerte. Yo me voy de la plaza cuando se me acabe la leche. O cuando los cereales se pongan blandos. Una de dos.

Que entre que arranque el apocalipsis, y los cereales se me pongan blandos… no se con cuál me quedo te digo eh. Esta para pensarla.

Entonces ahí estaba yo. Comiendo cereales en el medio de la plaza a las cinco de la tarde un día laboral, bajo una lluvia torrencial, cuando el nene este se me sentó al lado y me preguntó “¿Cuál es el truco?

Que pregunta me metió el nene. Me puse a pensar.

“Calculo que debe andar por el lado de intentar juntar lágrimas cuando te vayas”- Respondí después de un rato. “Podes juntar calidad o cantidad”- agregué de prepo.

“O sea, vos calcula que tenes que hacerlos extrañarte ¿Me explico?”- El nene tiro la pera para atrás y arqueo las cejas.

“Claaaaro”- Continué. “Vos tenes que hacerlos llorar. Si son poquitos, que lloren mucho. Pero mucho mucho. Si logras hacer llorar a varios, no hace falta que lloren tanto. No solo de tristeza. Puede ser de risa también, por tus historias. De nostalgia… pero de tristeza quizá es más común. O más fácil, depende de cada uno. Estaría buenísimo irse como Pappo también eh, ojo al piojo” -

“Si, así. Con todos los macacos haciendo un despiole bárbaro gritando en la calle golpeando el techo del coche fúnebre al compás de: “¡¡¡Noooo see vaaaa, Pappo no seee vaaaa!!! Pero hacer esa debe ser más difícil. Sobre todo lo de hacer que te sigan los macacos” – Le seguí explicando al nene con emoción, que empezó a abrir la boca y ya no la cerró más.

“Así que si, junta lágrimas, que son básicamente con la moneda que le vas a pagar a Caronte para cruzar el río e irte de farra a una fiesta que no terminará jamás. Pero si no juntas las lágrimas, ¿¿con que le pagas?? Nada de cosas raras. Vos hacete querer, siendo vos.”- Le seguí explicando al nene mientras volcaba un poco de leche.

“O todo lo contrario quizás. Lágrimas de odio también sirven. Más de uno cuando yo me vaya llorara porque ya no va a tener chance de que le devuelva alguna guita que me habrá prestado, pero lola, ¿no? ¡Jua jua!”- Empecé a reír y el nene, aun con la boca abierta, las cejas arqueadas, la pera para atrás, empezó a levantar la manito, como para indicarme que quería meter un bocado.


“No, pero pérame nene. Ahora déjame terminar”- Los cereales se empezaron a caer al piso porque la lluvia hacía que el bowl rebalsara.

“Tampoco es cosa de dejar corazones rotos ehh, vos que sos cachetón seguro que te van a perseguir a capa y espada. Pero no te creas que vas a conquistarlas y que van a llorar. No no, nada de eso. Esas lágrimas no duran ni suman nada. Ni en pedo van a ir cuando te vayas. La poesía, la música y el arte sirve para conquistar mentes, no corazones.” – “pero…” –atinó a balbucear el nene.

“Claaaaro, vos entendes nene. Joaquín te voy a decir ¿sí? Tenes cara de Joaquín. Por el corte de pelo tipo cacerola que tenes más que nada” – “me llamo Tomas”-, dijo Joaquín.

“Chist, que es de mala educación interrumpir a los grandes”- lo reté, y al hacerlo le volqué un poco de leche en la cabecita.

“Entonces, para redondear: el truco anda por afianzarse bien a algunos atorrantes, por que juntar una manada de macacos como hizo Pappo no la hace cualquiera. Mejor tener algunos pocos, quererlos, cuidarlos, y hacerte querer. Así lloran cuando te vas los desgraciados. ¿Entendes?”-

Ahí fue cuando el nene me señaló con el dedo el diabolo bronco.

Claro, esa parte me olvidé de explicarla. Aparte de estar comiendo cereales con leche debajo de la lluvia en la plaza, estaba haciendo trucos con un diabolo. Me relaja. Me hace sentir menos culpable por no haber ido al trabajo. El nene me estaba preguntando cómo hice para hacer “la cama elástica”.

“Ahhhhhhh”-Exclamé. “Por qué no me dijiste antes Joako?” – “Tomas”-insistió Joaquín.


“Chist”-le dije. “Toma Joako, teneme el bowl que te muestro mejor. Presta atención. Si queres cómete una cucharadita… total están medio blandos ya”

Pedro Gomez Goldin

domingo, 14 de febrero de 2016

Desde Que La Vi


Desde que entró en mi vida, nunca más nada pudo considerarse normal. Y no sé si decir que ella entro en mi vida es correcto, quizás yo entre en la suya. O quizás la percibí en ese momento determinado, pese a que ella siempre estuvo ahí.

Durante 7 años hice el mismo camino al trabajo. Siempre la misma ruta. Conocía todos los adoquines, cada surco en cada casa y la forma de las hojas de cada árbol. Podía determinar si llovería o haría calor de acuerdo a la posición de las flores de una plaza. Pero ahora me doy cuenta que caminaba con los ojos cerrados, mirando sin ver. La gente alrededor mío eran fantasmas, actores secundarios en una obra que desaparecerían con la misma velocidad que entraron en mi camino. 

Hasta que me choque con tu pilar.

Mi reacción instantánea fue disculparme. Quizás me había chocado con alguien, estando demasiado compenetrado en mi café y mi diario. Pero rechacé esa opción inmediatamente y fue remplazada por enojo. Prendí mi consciencia y apague el piloto automático para tomar noción de donde estaba. 

Estaba cerca del trabajo, me había bajado del subte y estaba en el medio de Plaza de Mayo. Como era posible que me hubiese chocado con el pilar del centro de la plaza. ¿Yo? Que había hecho esta ruta durante años, que la conocía mejor que a mi propio cuerpo. La única respuesta probable es que la marea de gente me había ido llevando, cual niño que vuela un barrilete, a chocar con el pilar. Es por eso que el enojo reemplazo a mi deseo de disculparme.

Aún sin embargo no estaba decidido en que sentir, dado que también considere tener vergüenza. 

¿Quién jamás se ha chocado con una estatua? O peor aún ¿el pilar de una estatua de 15 metros de alto? Abrazando esta vergüenza sopesé simular que nada había pasado, zambullirme de nuevo en la marea de gente, entrar en mi rutinario trance y no despertar hasta que hubiese llegado al trabajo.

Hoy en día me doy cuenta que ni siquiera ahí me hubiese despertado del trance. La rutina me mantendría dormido de por vida. Camino al trabajo, trabajo, camino a casa, casa, más trabajo, dormir y volver a empezar. Ese pequeño accidente fue quizás lo primero que me despertó en años.  

Estaba por primera vez despierto.

Como si el propio sol quisiera darme la razón decidió enviarme un cálido rayo de luz que me beso la frente, como una madre a un recién nacido. Me percate que el día estaba frio y terriblemente nublado. Pero el sol igual me besó, y disfrutando ese beso alcé mi mirada hacia él. Solo que no lo vi. La vi a ella.

Su belleza no puede ser descripta, mas quizá con lo que me hizo sentir. Encima del pilar estaba la estatua de una mujer. Vestida con una toga, su cabello largo confería movimiento a su figura. Tenía una corona de rosas en la cabeza y los ojos cerrados. En su mano tenía un escudo y nada más. No necesitaba nada más.

Durante exactamente 9 segundos sentí, literalmente mi corazón dejar de palpitar, dejando una sensación de ardor en el pecho y la incapacidad absoluta de ingresar aire en mis pulmones. Fue una sensación espantosa y hermosa en simultáneo. Como quien está a punto de ahogarse sabiendo que está a tan solo unos metros de salir a la superficie, el pecho quema y la garganta desgarra. Sin embargo al emerger y tomar esa bocanada de aire, los pulmones se llenan de vida. Duele sí. Pero uno entiende que está vivo. Creo que es el ejemplo más apropiado para describir lo que sentí. Imaginé un sendero de luz blanca y espuma de mar. Una única lágrima salió de mis ojos, quemándome las mejillas y dejando en mi pecho al caer, una cicatriz.

 Me di cuenta que muy posiblemente era la primera vez que tenía los ojos abiertos. Si alguien se me hubiese acercado para decirme que acababa de nacer, no lo hubiese dudado.

Desde ese día, mi camino al trabajo tomó una hora más a la ida y una hora más al regresar. Debía obligatoriamente frenar a admirar la belleza de la estatua y permitirme disfrutar las extrañas sensaciones que me producían. Dejé de soñar en las noches para ser desvelado por esa imagen en mi cabeza. Increíblemente jamás me sentí cansado. No recuerdo poder pensar en otra cosa que no fuese ella.

Aproximadamente 100 días después, aún frenando para admirarla; rutina que se había convertido en el epicentro de mi vida, mi razón para despertar y energía para moverme; una voz detrás mío dijo –“Bajo la luz de la luna”- . Pero cuando me di la vuelta no había nadie ahí. Creí vislumbrar el contorno de un hombre enorme con un sombrero de ala ancha mezclándose en la multitud, pero eran tantas las chances de que haya sido él como las de que no, por lo que no le di mayor importancia. 

¿Bajo la luz de la luna? Me pregunté. Cuando alcé la mirada para despedirme de ella un cuervo negro se posó sobre su hombro izquierdo.

Esa noche sin estar en trance, observé que había luna llena. Y que jamás había visto un cuervo en Buenos Aires. Así que decidí dejarme llevar por el sueño. Caminé hacia ella. Temía que si no fuera hacia ella de otra manera que no fuese caminando, lo que fuera que tenía que suceder, no ocurriría.

No sé cuánto tiempo me tomó. Pero nunca me había dado cuenta que las ciudades tienen vida propia. Que los edificios respiran. Que las calles transpiran y las luces comen. Todo alrededor estaba vivo, hambriento y estático.

Cuando finalmente llegue a ella, la luna parecía iluminar aún más que el sol, y todas las luces de esa plaza, quizás de Buenos Aires, o hasta a donde a mí respecta, el mundo entero, se apagaron.

El cuervo seguía en su hombro izquierdo y un segundo se posó sobre el derecho. La luz de la luna la hacía aún más bella, cosa que creía imposible. Perfecta. Y por un segundo, quizás menos… sus ojos se abrieron. No solo se abrieron sino que en ese mismo segundo, el segundo más largo y más corto de mi vida, esos ojos me miraron y un fugaz brillo atravesó su mirada con una luz dorada y plateada, que sospecho, si alguien hubiese estado viéndome, habría encontrado durante el lapso de ese segundo, también en la mía. Ese segundo fue suficiente para darme cuenta que no solo era una estatua. Era la siempre eterna luz que quería tener en mi vida. Quizás incluso más. Me pertenecía y no me pertenecía. Yo era suyo y no lo era. Pero tenía que liberarla.

Como esperando que ese pensamiento atravesase mi mente cual bandera de largada en una carrera, ambos cuervos se lanzaron en picado hacia mi fusionándose entre ellos en uno solo: Hugin y Mugin (como aprendí en ese instante se llamaban los cuervos) convertidos ahora en una sombra negra me golpearon tan fuerte en el pecho que me tiraron dos metros hacia atrás y caí golpeándome la nuca contra el duro piso.

Me desperté no tanto tiempo después, dedujé dado que seguía siendo de noche y la luna aún iluminaba todo. Como proclamándose, como de hecho lo hizo mucho antes de que nosotros caminásemos la tierra y los sueños, la reina de la noche. Encima del pilar, ella tenía los ojos cerrados. 

Era mi misión, mi vida, hacer que los volviese a abrir.

La sombra negra resultó ser un sombrero de ala ancha de cuero y plumas aceitosas, frio y agradable al tacto. Sin saber bien porque, me lo coloqué y una idea hablada por dos voces, el pensamiento y la memoria, me develaron en simultáneo cómo debía despertarla: -“Música, Nadie Presente”-. Dijeron. -“El Lugar Más Frio”, “Nadie Presente”, “Solo”, “Frio”, “Sacrificio”, “Sueños”,  “¡DESPIERTA!”-Gritaron.

Y comprendí que debía hacer. Si bien no estaba demasiado seguro del cómo. Tenía que buscar el lugar más frio del mundo. Quizá incluso más que otros mundos. Borré instantáneamente los pensamientos infantiles que me asaltaron, como los de ir al polo norte. Dudaba mucho encontrar la respuesta ahí. Pero si recordé haber leído sobre Hierapolis, ciudad ahora conocida como Pamukkale en Turquía. Ciudad que había visitado y me había enamorado profundamente. Comprendí en ese entonces el porqué.

Tenía que volver. Sin perder más tiempo me quité el sombrero, tomé un taxi a casa, empaqué lo necesario, frené en una tienda musical en el camino a Ezeiza y me dirigí hacia el aeropuerto sin pasaje.

No fue demasiado difícil conseguir uno. 47 horas después estaba en un micro saliendo de Estambul rumbo a Pammukale.  Tres días y medio habían pasado desde la noche de la luna en la plaza de la estatua, y si bien no había logrado pegar un ojo (nunca pude conciliar el sueño en los aviones) la ansiedad opacaba completamente el cansancio.

Caminé el valle y subí la montaña de calcio descalzo mientras el agua semi-congelada latigaba mis tobillos. Entre medio de las ruinas romanas y griegas busque lo que se supone que debía estar buscando. Cuando el sol se encontraba en su punto más alto dos columnas proyectaron la sombra de una puerta que no debía existir. Y sin embargo ahí estaba. Tomé la guitarra que había comprado camino al aeropuerto, me coloqué el sombrero negro y abrí la puerta.

Una escalera en espiral, sin paredes a ninguno de sus lados, descendía eternamente. Si bien mi corazón se encogió al ver tanta obscuridad y todo mi instinto gritaba y pataleaba para que dé la vuelta y volviese a las ruinas de Pamukkale, pensé en ella para invocar la valentía suficiente para acallar mi temor y comencé a descender.

No sé cuánto tiempo baje esas escaleras. Quizás fueron horas, quizás días. Eran demasiado estrechas para sentarme y toda mi concentración estaba puesta en que mis tobillos, completamente exhaustos, no se torciesen por el cansancio. De lo contrario sería mi fin. Suponiendo que había un final para todas esas malditas escaleras. A medida que fui descendiendo me percaté que había tres anillos de obscuridad distintos, cada uno más obscuro que el anterior. Dante no estaba tan alejado con lo de los círculos del infierno después de todo. Solo que no eran 7. Tan solo 3.

Creó que en el camino morí varias veces. Solo recuerdo arrodillarme en un piso negro como la brea y de una consistencia que me hizo pensar en agua sólida. No hielo. Solo agua sólida.

Una puerta de madera despedía una luz blanquecina por una fina hendija, y supe que tenía que sacrificar algo para poder abrirla. O que más bien necesitaría de algo para poder salir del cuarto que despedía esa luz blanquecina. La guitarra que llevaba conmigo estaba aún libre de golpes y magulladuras, no obstante sabía que no iba a sobrevivir la tarea que estaba en frente mío, con una simple funda de cuero como la que estaba llevando.

Un perro negro como la obsidiana se hizo presente ante mí y me dijo sin decir, que a cambio de un sacrificio él me daría el instrumento que estaba buscando. Le prometí con mi pensamiento y mi corazón, que si me daba ese instrumento, después de que haya realizado mi tarea, podía quedarse con mi brazo derecho. El perro, sonrió una sonrisa siniestra, que significo muchas cosas al mismo tiempo, pero la más importante fue que aceptaba el trato. 

La funda de la guitarra ya no era de cuero, sino que ahora se convirtió en piedra. Una piedra pesada y áspera al tacto, gris marmolada con el color de las cenizas. El único material que podría mantener el sonido del frio más frio que existe.

Cuando abrí la puerta de madera, sobre una silla roja en el cuarto más blanco que pudiera alguien imaginar, estaba sentado un hombre. Su cabello era tan rubio como la arena del desierto, sus ojos tan celestes como el cielo al salir el sol luego de una tempestad. Su belleza no solo intimidaba, sino que asustaba. Unas alas negras enormes se agitaron cuando entré en la habitación. Y sin mirarme, este hombre hermoso señaló con el dedo, un perfecto diamante en el medio de la habitación blanca como el día y dulce como el pecado.

Si alguna vez creí haber tenido miedo, estaba equivocado. Ese momento fue el miedo. Ese momento debería haberme desgarrado por dentro y hacia afuera, condenándome al peor de los castigos: no existir. De no haberla conocido a ella, de no haber sabido de su existencia, de no haber elegido liberarla y hacerla parte constante de mi vida no podría haberme sumergido dentro del diamante.

Pero lo hice.

Saque la guitarra de su funda de piedra y me metí con un solo paso firme y sin permitirme flaqueza, dado que si lo dudaba fallaría inminentemente, dentro del diamante.

El lugar más frio que existe. Mis ojos se cristalizaron, el aire dentro de mis pulmones se solidificó, agujas de tejer invisibles se internaron en cada uno de mis órganos, mis pensamientos fueron teñidos absolutamente por todos los fracasos de mi vida, de todas las vidas, por todo el dolor perpetuado hacia los justos por personas injustas. Solo la memoria del fulgor de la mirada de la estatua le dio la energía a mis músculos para tomar la guitarra y tocar una melodía, la única melodía que conocía, que podría convertir auténticamente el dolor en algo más profundo.

 El hombre rubio sonrió y una lengua viperina humedeció sus rosados labios.

Si bien las cuerdas vibraban ningún sonido salía de la guitarra, pero ya había comenzado a tocarla y no pensaba detenerme. Cuando finalicé guardé la guitarra en el estuche de piedra y emergí del diamante del frio absoluto.

Mis ropas se desintegraron inmediatamente, dejándome desnudo con mi estuche de piedra frente al hombre rubio de las alas negras. El perro entró en la habitación y mi brazo derecho se cerró en un puño que no pude volver a abrir jamás. El hombre agito sus alas y el sombrero, que se me había caído al entrar en el diamante (o había elegido no hacerlo) llegó hasta mis pies. Me lo coloque con mi ahora única mano, agarré la funda de piedra y escuché dentro de mi cabeza la palabra “¡¡DESPIERTA!!”- 

Pronunciada por dos voces simultáneas.

Estaba de regreso en Buenos Aires. Estaba en mi casa.

No podía contener más la ansiedad. Me vestí lo más deprisa que mi única mano me permitió y me dirigí, estuche de piedra en mano, hacia la plaza de la estatua. Una vez allí, saque la guitarra y la coloque a los pies del pilar, en un lugar donde estaba seguro que al salir el sol, le daría directamente.

Mirando de nuevo a la estatua, sin saberlo por última vez, salí de la plaza rogando que funcione. Si bien era invierno, la luz del alba brillo con más fuerza de la que jamás había brillado  calentando la guitarra (y por ende las notas) que el diamante había congelado, y la funda de piedra mantenido, permitiendo que solo la estatua las oyera al derretirse, como se suponía que debía pasar. Aunque yo no estaba presente, sentí que eso había sucedido y pude imaginar como con engañosa pesadez la estatua descendía del pilar para volver a la vida, revitalizándose con cada nota que había tocado dentro del diamante.

Cuando volví al mediodía el pilar en el centro de la plaza estaba vacío. Y comprendí que ahora ella estaba libre, rondando la ciudad. Solo debía encontrarla. No buscarla. Encontrarla.

Y hoy en día te busco y te espero. En cada persona que veo intento ver ese fugaz brillo único en tu mirada. Intento percibir si sos realmente vos. Temo que estés ahí, enfrente mío y no te esté viendo. Ese se convirtió en mi mayor temor. Es por eso que vivo siempre con la mirada despierta y los oídos atentos. Sé que estas cerca, porque en ocasiones mi puño derecho tiembla y amaga a liberarse del sacrificio hecho. Sé que debo vivir buscándote y encontrándote, no esperándote. Sé que debo sonreír mucho y a menudo. Reír con fuerza y mirar a los ojos. Sé que no debo pestañear, dado que ese fugaz brillo puede aparecer justamente en ese pestañeo. Sé que me visitas en sueños y que si vivo así… sé que si hago eso… volveré a encontrarte. 

Pedro Gomez Goldin.